Leyendas

LEYENDA DEL SALTO ANGEL

EL SALTO ANGEL ES…EL RÍO PADRE DE TODOS LOS RÍOS.


POR ROBERTO MARRERO.

El nombre real del “Salto Ángel” es Parekupá-Merú o Parekupá-Vená. Tanto Merú como Vená significa “salto de agua” en Taurepán y Kamarakoto respectivamente. El diccionario Pemón-Español del fray Cesáreo de Armellada señala que Paré-kupá significa “gran caída de agua a la laguna”.
Pero los abuelos indígenas de la etnia pemón le han dicho a Roberto Marrero que la palabra “paré” sinifica “padre”. El Paré-kupá es “El río Padre”.
Los pemones consideran en su cosmogonía, que el cielo es “El agua de arriba”. Para ellos, los ríos de la tierra se alimentan del agua que viene del cielo. Pero no en forma de lluvia, como lo entendemos nosotros los no indígenas. Ellos dicen que hay una conexión entre el “agua del cielo” y “el agua de la tierra”, un río VERTICAL, de gran caudal que une al cielo con la tierra y que alimenta a todos los ríos horizontales de la tierra. Ese río VERTICAL, de gran caudal, es el “Paré-kupá-merú”, EL RÍO PADRE DE TODOS LOS RÍOS.
Esto lo pueden comprobar solo las personas que han visitado el Salto Angel, viéndolo desde abajo. Cuando lo observas desde el pié del salto, realmente, da la impresión de que “EL AGUA VIENE DE EL CIELO”.
El Parekupá , no importa si sobre el Auyan-tepuy el cielo está claro o nublado, siempre da la impresión que el agua “Cae del Cielo”; como lo pensó el propio Jimmy Ángel cuando lo vió por vez primera.
Para los pemones el cielo es “el mar de arriba” y de allá viene el agua que alimenta los ríos de la Tierra.
Pero ellos dicen que la conexión entre el cielo y los ríos la tierra es de un único Gran Río Vertical que es el Parekupá-Merú. El Río Padre De Todos Los Ríos.No es la primera vez que Roberto Marrero se encuentra con la palabra “Paré” significando “padre”. Hay gran cantidad de fenómenos paranormales, metafísicos y/o místicos que ocurren en la Gran Sabana. Hay muchos relatos de avistamientos de objetos, platillos y luces voladoras en la región. Suficientes para escribir varios libros.

Hay varios relatos de indígenas que han visto de noche una luz venir del cielo y colocarse estática por varios minutos a tres o cinco metros sobre el suelo. Estando suspendidos proyectan una luz amarilla sobre la superficie, y luego de un tiempo breve, apagan el haz de luz y vuelan hacia “arriba”.
Los indígenas no interpretan que estas luces puedan ser naves tripuladas por seres de otros planetas, sino un ser superior que les viene a darles un regalo personal. Ellos dicen que este ser de luz, al proyectar esa luz amarilla hacia el suelo, le está señalando a quien lo viere, donde escarbar; pues bajo esa superficie va a conseguir “riqueza”: ya sea oro, diamantes o cristales de cuarzo. Esa riqueza pertenece a los humanos que presencien este fenómeno. Es un regalo personal.
A esa luz ellos lo llaman “Paré-Dôr”. Suena como de idioma francés; y dicen que significa “Padre del oro”, quien trae riqueza al testigo, de quien presencia este acontecimiento. Cuando he preguntado sobre este suceso a indígenas que no me conocen; reaccionan muy a disgusto, porque creen que yo les quiero quitar su riqueza o su descubrimiento. Ellos me han dicho “Eso es para mí. Es mío”. Y me dan la espalda.

LEYENDA DE LOS MAKUNAIMA

1. Hace mucho tiempo el sol era un indio, que se dedicaba a desbrozar montaña y quemarla (hacer conuco) para sembrar ocumo. Él sólo comía ocumo; su cara era brillante.

2. Un día que fue a beber agua y bañarse en un riachuelo (quebrada) después del trabajo, al acercarse, sintió en un pozo de agua como el remolino de una persona que se sumerge. Y quedó pensando qué sería aquello.

3. Otro día volvió con más sigilo al pozo de agua y vio a una mujer pequeña, pero de una cabellera larguísima, que le llegaba a los pies. Estaba bañándose y jugando y batiendo el agua con sus cabellos.

4. Pero ella se dio cuenta de que venía el sol y se sumergió en lo profundo del pozo. Pero el sol aún logró asirla por la cabellera. «A mi no, a mí no», gritó aquel ser, que se llama Tocokarón. Y dijo más: «Yo te enviaré una mujer para que sea tu compañera y esposa». Y entonces el Sol soltó su cabellera y dejó irse a Tuenkarón.

5. Al otro día, estando el Sol limpiando el conuco y juntando los árboles para pegarles fuego, vio venir a una mujer blanca, que le enviaba Tuenkarón.

6. «¿Ya limpiaste el conuco?», le preguntó la mujer. El Sol le contestó: «Aún no; apenas he limpiado más que este pedacito que ves y he juntado estos pocos montones».

7. Después dijo el Sol a la mujer: «Saca esos ocumos, que yo asé, del rescoldo, para comer». Sacolos de las brasas la mujer y le dijo al Sol: «Aquí está». Y comieron.

8. Después dijo el Sol a la mujer: «Pega fuego a los montones, que yo junté». Y la mujer pegó fuego a los montones con un palo rajado y conchas secas.

9. Cuando terminó de pegar fuego la mujer y dijo «ya está», volvió a decir al Sol: «Ahora vete a buscar agua». La mujer se fue a la quebrada con su camaza, se agachó para coger el agua. Mientras la estaba cogiendo y llenando la camaza, se le ablandaron las puntas de las manos (los dedos), y después los brazos y   —137→   todo el cuerpo. Y así quedó aplastada como un montoncito de arcilla. Porque aquella mujer estaba hecha con tierra blanca.

10. En vista de que la mujer no volvía, el Sol se fue a buscarla. Y cuando llegó a la quebrada, encontró el pozo con el agua de color terroso: era la mujer que se había deshecho enturbiando el agua.

11. Entonces el Sol, disgustado, dijo: «Eso es lo que me manda Tuenkarón, una mujer que no sirve ni para coger agua». Después se subió más arriba a beber agua no turbia. Y, como ya estaba atardeciendo, el Sol se fue a dormir a su casa.

12. Cuando amaneció y fue otro día, el Sol tornó a su conuco a trabajar en la limpieza.

13. Mientras trabajaba, al mediodía, cuando ya iba a comer, Tuenkarón le mandó otra mujer, negra como la gente de esta raza.

14. La mujer le preguntó al Sol: «¿Ya limpiaste el conuco? «Sí y no», respondió el Sol, «apenas he limpiado ese, poquito que tú ves». Después le dijo también: «Vete a buscarme agua para beber, para que comamos juntos».

15. La mujer se fue a la quebrada, trajo el agua y comieron juntos el ocumo. Después de comer, el Sol se pegó de nuevo al trabajo y le dijo a la mujer: «Mientras yo sigo amontonando, tú pega fuego a los montones ya hechos».

16. La mujer cogió un palo rajado para ir a pegar fuego. Se arrodilló junto a unas brasas, sopló para levantar llama, pero el fuego le calentó la cara y de ahí se fue derritiendo por los brazos y por todo el cuerpo; y así quedó aplastada como un montón de cera silvestre. Porque aquella mujer estaba hecha con cera.

17. El Sol se volteó repetidas veces para ver el fuego que iba prendiendo; pero como no veía humear ningún montón, se fue a ver qué pasaba con la mujer. E iba diciendo: «Pues si le dije que fuera pegando fuego a los montones». Pero, ¡qué sorpresa! al acercarse, encontró a la mujer derretida y convertida en un montón de cera.

18. Entonces el Sol se fue a la quebrada y dijo: «Hay que ver qué malo y embustero es Tuenkarón. Pues bien; ahora yo voy a secar esta quebrada, yo voy a secar toda el agua».

19. Pero Tuenkarón, sin dejarse ver, le contestó: «No, no; no hagas eso; espera que yo te voy a mandar una mujer».

20. Pero aquel día no se le sentó al Sol la semilla del vientre (no se le sosegó el corazón). Aquella noche se acostó bravo.

21. Pero al otro día, cuando hubo amanecido, el Sol se fue, según su costumbre, a trabajar en su conuco. Y estando inclinado sobre su trabajo, se le presentó otra mujer de color rojizo (de laja), con una olla en su mano.  —138→   

22. La mujer, poniéndose delante, le preguntó: «¿Ya limpiaste el conuco?». Pero el Sol no le contestó, como si no oyera, escamado con los engaños pasados.

23. «¿Por qué no me contestas?», volvió a pregungarle la mujer. El Sol le contestó: «Porque todas sois embusteras; todas os aplastáis y os derretís». «Si es así, replicó la mujer, me regreso a Tuenkarón».

24. Pero el Sol le dijo: «Bueno, espera que yo te pruebe». Y entonces le mandó pegar fuego, y lo pegó y no se derritió. Y le mandó traer agua; y la trajo y, al cogerla, no se ablandó. Después le mandó cocinar ocumo en la olla; y el Sol vio cómo la colocaba sobre unas piedras y cómo hacía el fuego. El Sol observó con cuidado todas sus costumbres y habilidades.

25. Cuando comenzaba a atardecer, la mujer dijo al Sol: «Yo vine para regresar». «Bueno, le contestó el Sol; hazme la comida para que regreses». Y después que la hizo, la mujer le dijo al Sol: «Ea, me voy; me voy para regresar mañana temprano». El Sol le dijo también: «Sí, vente bien de mañana».

26. Al otro día el Sol se fue más temprano que de costumbre al trabajo. La mujer vino también muy temprano. El Sol volvió a probar otra vez a la mujer: le mandó a traer agua, le mandó hacer fuego, le mandó cocer la comida. Y, viendo que ni se ablandaba, ni se derretía, ni se rajaba, le cayó en agrado y le llenó los ojos (las aspiraciones o deseos).

27. Al caer la tarde, fueron a bañarse juntos a la quebrada; y entonces el Sol vio muy bien que la mujer era rojiza, como los pedazos de piedra de fuego que suele haber en el lecho de los ríos. No era blanca ni tampoco negra.

28. El Sol le dijo entonces a la mujer: «Vámonos a mi casa» Pero la mujer le dijo: «No se lo dije a Tuenkarón». «Eso qué tiene que ver», le replicó el Sol. Pero la mujer le contestó: «Eso no lo puedo hacer de ninguna manera». «Entonces, dijo el Sol, vente bien temprano a prepararme la comida». «Está bien, le dijo ella, y también le diré a Tuenkarón para quedarme contigo».

29. Y efectivamente, al otro día la mujer vino muy temprano, le hizo comida cocida, le asó ocumo, arrancó yuca, la ralló e hizo casabe. Aquel día se quedó a dormir con el Sol y desde aquel día vivieron siempre juntos.

30. Y encontraron (tuvieron) varios hijos; y esos fueron los Makunaima.

31. Algunos indios dicen que los nombres de la madre de ellos era Aromadapuén. Y que los nombres de los hijos fueron los siguientes: Meriwarek, el primogénito; luego Chiwadapuén, hembra; Arawadapuén, segunda hija, y Arukadarí, el más pequeño, que muchas veces se le llama Chiké.

LA LEYENDA DEL CACIQUE ARAPENA

   El Arapena merú  es uno de los saltos que alimenta el río Yuruaní y su nombre se debe al valeroso y aguerrido cacique ancestral Ará-Pená, el bis tatarabuelo directo de Ovelio.

LA LEYENDA DE ARAPENA
 Una historia bien documentada afirma que un día el cacique Ará fue a pescar al salto y, sin saberse porqué o qué pasó, allí encontró la muerte. Su cuerpo fue hallado sin heridas ni signos de violencia en una playa cercana. Su rostro cetrino deslumbraba paz y fulgurosa luz, por lo que se dedujo que su muerte, si se quiere, fue placentera y entregada en santa paz al Altísimo. Su pueblo, afligido por la muerte de su querido líder, desde aquel mismo instante, a fin inmortalizar y honrar su valerosa vida, comenzó a llamar a aquella pequeña cascada Arapena merú.   Es necesario señalar que antes de la muerte del cacique Ará-Pená el salto carecía de nombre propio. En lengua taurepán Pená significa ancestral. Ará era el nombre del cacique.
  Esa es la historia, pero una leyenda afirma que en noches de luna llena el cacique Arapená aparece erguido sobre el salto que lleva su nombre. Su musculoso cuerpo y rostro son de brillo y fulgor indescriptibles. Su mirada ignota se pierde en el vacío de la sabana mientras con el dedo índice de su mano izquierda apunta hacia el frente, a un lugar indefinido. Los que lo han visto dicen que de su dedo brota un halo de luz que brilla más que el oro y los diamantes. Muchos aventureros se han apostado en la carretera, a orillas del puente del río Yuruaní, a sólo tres kilómetros de Kumarakapay, y han permanecido horas de vela y frío en noches de luna brillante a fin de poder fotografiarlo y descifrar hacía qué sitio indica el dedo del fantasmagórico cacique. Unos dicen que los han visto, otros que hasta han logrado fotografiarlo, pero hasta el día de hoy no existe ninguna evidencia física de que eso haya ocurrido. ¿Qué señala con su dedo? Nadie lo sabe aún. La leyenda continúa y el misterio también..

LEYENDA DE KUKENAN

Cuenta una Antigua leyenda de los indios Pémones de la gran Sabana, que cerca del Kukenan residia la antigua población de los Makunaima Este majestuoso Tepui se le designaba también Malawi-Tepuy, que significa “si lo subes mueres”, así que nadie osaba subirlo y ni siquiera acercársele. En el camino a Kukeman existen una gran cantidad de árboles petrificados y afirmaban los más viejos de la aldea que este bosque estaba poblado de animales fantásticos que emitían ruidos terroríficos en el anochecer. Los indios de la aldea creían firmemente que la cima de la montaña estaba habitado por criaturas invisibles que custodiaban esta gran formación rocosa. Sin embargo, Meriwarek, el más viejo de todos los Makunaima aseguraba también que la montaña estaba rodeada de piedras transparentes que podían realizar fuertes curaciones frente a grandes enfermedades endémicas

Un buen día, Makunaima-piá, el más joven de los Makunaima enfermó gravemente. Su madre creía firmemente que había adquirido esta peste gracias a esas extrañas excursiones que realizaba cerca del Kukeman. Los más viejos de la aldea se lo habían advertido que los dioses se iban a enfadar por su osadía. Pero, Makunaima-Piá era un niño muy temerario y aventurero. Le encantaba hacer largas excursiones y ya a los diez años había traído a su aldea una colección de guacamayas de bellísimos colores que se encontraban cerca del bosque petrificado.

Makunaima-Piá había cumplido ya sus doce años de vida y decidió trepar al Gran Tepui esa mañana. Sus abuelos le advirtieron:
-No subas, que mochimá te puede raptar en su vuelo y llevarte a la cumbre de Kukeman, donde tiene su nido y serás comidilla de sus pichones que están siempre hambrientos.
Pero, Makunaima-Piá no hizo caso, y se fue temprano en la mañana. Durante el transcurso del día cayo un gran tormenta, y estuvo lloviendo por cantaros. Y esa noche le dio una fiebre altísima, en su delirio febril le pareció ver bajar de la gran montaña unos seres parcialmente visibles que le dieron un brebaje en base a hierbas aromáticas.

Al día siguiente Makunaima-Piá sintió que le había bajado la fiebre. Pero lo más extraño de todo es que se encontraba en otro sitio, cerca de su aldea. Estaba minado de picaduras de puri-puri. Esos pequeños zancudos le había erupcionado toda la piel. Sabía por experiencia que era alérgico a sus picaduras y que sufriría las consecuencias. Cerró los ojos y decidió descansar un rato.

Mientras tanto, el mayor de la aldea, se encontraba realizando su caminata diaria y fue entonces, cuando vio a Makinuaima-Piá tendido en unos arbustos. Inmediatamente fue a pedir ayuda a los hombres de la tribu, Iwaká, el jefe de los Makunauma lo vio con preocupación;
-Llévenlo rápidamente al hogar común, y lo tendieron con delicadeza en su hamaca- dijo con preocupación
-Es esa enfermedad que le da Makinauma-Pia cuando le pican los Piru-Piru-Lloraba su madre con desesperación.
-Tranquila mujer, ya encontraremos una solución- dijo su esposo tratando de calmar a su mujer.
Merivarek, el mayor de la tribu, afirmo:
-No existe manera de curar el mal de Makinauma-Pia, con mis hierbas medicinales pero se que cerca de la cima del Kukenan existen unos cristales transparentes que pueden curar grandes enfermedades-

Ese dia, Merivarek se reunió con los hombres de su tribu.
-La única manera que salvemos a Makinauma-Pia es que subamos a Kukenan
afirmo Merivarek.
-Mochimá nos puede devorar, y he oído decir que sus pichones comen con gran ferocidad la carne humana- dijeron todos los hombres de la aldea.

Merok se mantenía en silencio, este era muy ágil con su arco y flecha y dicen los mas viejos de la tribu que en una ocasión trajo a su familia tal cantidad de lapas que salvo a su familia de una gran hambruna, y había matado a un fiero tigre que acosaba la aldea, y por esta razón ningún cunaguaro osaba acercarse a la aldea por temor a las flechas de Merok.

Merok, a pesar del gran temor que le inspiraba el gran Tepui, decidió aventurarse a subirlo.
-Yo subiré al gran Kukenan y buscare los cristales- exclamo Merok con firmeza.
-Tendras que irte solo, llévate las provisiones necesarias y ojala tengas suerte- le respondió Iwaká

A las pocas horas salio Merok hacia el gran Kukenan, atravesó el bosque petrificado y empezó a subir el inmenso Tepui. Su corazón latía con mucha fuerza ya que se encontraba a gran altura. Decidió descansar unas horas y se recostó debajo de un majestuoso árbol. Y fue allí donde vio cerca de una gran cueva unos bellos cristales. Estos deben ser los cristales milagrosos de los cuales habla tanto Meriwarek Pensó para si mismo. Los tomo con mucha delicadeza y los metió en su morral, y en ocasiones a medida que bajaba el gran Tepuy sentía la sensación que alguien lo observaba, pero no se detuvo a pensar en ello. Corriendo con gran agilidad y apuro se dirigió a su aldea, se los entrego a Meriwarek y con sus hierbas milagrosas y el uso del cristal curó al muchacho. Y fue así como Merok fue conocido en la gran sabana como el único hombre que se atrevió a desafiar al kukenan convirtiéndose con el tiempo en el guerrero más noble y valiente de todo su pueblo.

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